sábado, 18 de agosto de 2012

Capitulo 1.

-Hay días grises, días azules, días en los que el cielo brilla y días, en los que brilla, pero por su ausencia. Hoy llovía, fuerte, había tormenta fuera, igual que dentro de mi casa. Mi madre gritaba sin parar, estaba como una loca y yo, en mi cuarto, dejaba que todo corriera. Cogí una silla y la puse en el borde del armario, me subí a ella y saqué una maleta de las baldas superiores, la puse sobre la cama y la abrí, con cuidado. Busqué el móvil en mis pantalones pitillos azules y lo puse sobre la mesita de noche, poniendo un poco de música de fondo, para evadirme más aún. Fui nuevamente hacia el armario y saqué de este varios pantalones, algunas camisetas y algunas sudaderas, me puse mi favorita, sobre lo que llevaba puesto y metí dos gorros, otro, me lo llevaría puesto. Preparé otras cosas básicas como el neceser, el cargador del móvil, la cámara y el reproductor de música, con sus respectivos cargadores y los metí en la maleta haciendo bulto. Busqué mi antigua hucha, bueno, en realidad, varias huchas, las tenía guardadas para irme de casa, con eso, me daba para algo más de una noche en un hostal de los del centro. Saqué todos mis ahorros y los metí en un monedero, ya que la gran mayoría, eran billetes que había ido cambiando con el paso del tiempo. Saqué mi mochila de vans, desgastada y usada y metí la cartera, los ahorros y varios pares de zapatos, ya no necesitaría más, sobreviría un tiempo con aquello. Abrí la puerta de mi habitación y como era de esperar, mi madre seguía gritando, me colgué del hombro la mochila y saqué la maleta, a rastras detrás de mí.
- Ni se te ocurra salir por esa puerta. - Me gritó, pero hice oídos sordos y seguí recorriendo el largo pasillo que había en mi casa.
- No lo hagas, si lo haces, no vuelvas a pisar esta casa. - Volvió a gritar, está vez acercándose a mí y tirando de mi hombro, haciendo que me girase.
- Pues no volveré a pisarla, tranquila mamá, no hay ningún problema. - Y dicho esto, avancé aún más rápido por el pasillo de mi casa, llegué a la entrada y saqué el abrigo de invierno que estaba en el pequeño armario, cogí las llaves y de un portazo, salí de allí. Baje las escaleras rápido, con la maleta a rastras haciendo un enorme estruendo detrás de mí, haciendo parecer que las escaleras se iban a caer de lo viejas que estaban. Llegué al pequeño hall que había en el edificio, observé la calle detrás de la puerta verde de cristal que había, o lo que podía ver, ya que las gotas no dejaban ver mucho más allá de dos metros. Me puse el abrigo encima de la mochila y lo cerré, igual que la sudadera, me puse la capucha ancha del abrigo y preparada, salí de allí, mojándome nada más salir. Fui directa hacia la parada de autobuses, un par de manzanas hacia la izquierda, me refugié debajo del pequeño tejadillo medio roto y espere a que llegara y me llevará directa al centro de Madrid, donde me metería en alguno de los hostales de Sol o Gran Vía. Después de un par de minutos, llegó el autobús, me subí y pagué el puto viaje, cada día mas caro. Pero era mi única salida, por el momento, me fui a uno de los últimos asientos, ya que tenía una hora larga de viaje, coloqué la maleta entre mis piernas y me dediqué a mirar las calles frías de las afueras, me puse la música del móvil y poco a poco, los minutos se fueron haciendo segundos. Después de algo más de una hora, llegué a mi destino, el centro. Había mucha gente, a pesar del frío temporal, varia gente quieta, haciendo de mimo, esperando ganar algo de dinero y otros, disfrazados de dibujos animados, esperando que algún crío pidiera por favor a sus padres un globo, aún sabiendo que a los pocos minutos se explotaría.
- Perdone, señorita, tengo horarios fijos y no me gustaría que me multaran. - Me dijo el viejo autobusero, con una voz ronca, probablemente debido al tabaco, vejez o quién sabe, un simple constipado.
- Lo siento, que pase un buen día. - Sonreí levemente y baje del autobús, aspirando el fuerte olor a lluvia y mojado que invadía las calles, dejando que las pocas gotitas que seguían cayendo me mojaran. Mire hacia el cielo y cerré los ojos unos instantes, entonces, decidí mi rumbo. La vieja posada de Ángel me serviría. Cruce la plaza y baje la calle, unos banderines, colgaban de balcón en balcón, intentando alegrar un poco esos días de invierno, seguí bajando la calle hasta encontrarme con el enorme portal de piedra, llamé al telefonillo y me abrieron, subí los 7 pisos andando, ya que el viejo edificio, no tenía ascensor, me maldije varias veces por el peso de la maleta, pero finalmente, llegué, crucé el pasillo y entré en el Hostal, esperando a que alguien me atendiera.

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